El precio de intentar agradar a todo el mundo es alto: no encontrar lo que buscas

lamenteesmaravillosa.com

Agradar a todo el mundo, o intentarlo, implica pagar un importante peaje. Además, al otro lado de la frontera, donde hay que pagar dicha tasa, se dibuja un futuro incierto. En este sentido, una de las motivaciones para adentrarnos en ese terreno es el miedo a quedarnos solos, rodeados o no de personas. Es decir, más bien hablamos del temor a la soledad en compañía: una soledad que aparece a pesar del antídoto, la propia compañía.
La compañía nace de nuestros miedos y deseos. Sabiendo que las relaciones sociales son básicas, conocemos también que estas relaciones se convierten en un tesoro cuando son de calidad y favorecen la intimidad. Piensa que en buena medida cada uno de nosotros deseamos estar rodeados de personas con una escala de valores similares. Así, en este marco lo peor que nos puede suceder es ir a parar a un entorno no elegido por nuestros deseos, sino por nuestros miedos.

Relaciones que surgen por “el miedo a”

Hay muchas relaciones que surgen por el miedo, cuando en realidad las más satisfactorias son las que se crean y se mantienen por el deseo incondicional de estar con otra persona. El miedo a la soledad, el miedo al aburrimiento o la necesidad de vernos acompañados nos conduce a aceptar condiciones como agradar a todo el mundo, contra las que en otras circunstancias nos revelaríamos.
A veces, incluso habiendo entablado una relación con alguien por el deseo de tenerla, nuestros miedos transforman ese deseo en necesidad. En el momento que nuestra asertividad muere para dar paso al miedo, el sentido de deber o la culpa: quedamos atrapados en las relaciones en lugar de disfrutarlas.
En nuestras relaciones interpersonales no tenemos por qué agradar a todo el mundo. Se trata de que disfrutemos de las relaciones que nos agradan y de que los demás lo hagan con nosotros. Un propósito complicado cuando el miedo está presente.
Compartir
Amigas paseando juntas con flores
Piensa: cuántas veces hemos aceptado invitaciones que no nos apetecían, hemos soportado malos modos de otra persona sin pararle los pies a tiempo o nos hemos angustiado por la llamada de alguien amado. Cuántas veces hemos tratado de agradar a todo el mundo incluso, en detrimento de nosotros mismos. Seguro que muchas, demasiadas.
Este comportamiento inseguro y complaciente con los demás, aunque nos haga daño, surge del miedo a sentirnos rechazados o a estar solos. Del miedo nunca surge la seguridad y el avance, sino el estancamiento. Nos veremos una y otra vez en el mismo punto de partida, rodeados por personas que a priori nunca hubiésemos elegido o que en un punto del camino ya no nos aportan lo mismo que al partir.

De la asertividad nace la confianza

Si trabajamos nuestra asertividad en las relaciones mejoraremos la calidad de las mismas, disfrutaremos de verdad de ellas. Evitaremos estar con personas que no aceptan una negativa por respuesta, por ejemplo. Impediremos que algunas personas que se muestran poco empáticas con nuestra situación finalmente ocupen nuestro tiempo.
A veces un “no” a algo es un “sí” a otras cosas. A veces un “no” a un plan que no nos gusta y que es propuesto por una amiga, son varios “síes” a otros que nos entusiasman. A veces un “no” a tiempo porque tengo cosas que hacer, es una medición de la empatía del resto. Un “no me apetece” o “no me gusta que hables así” es una señal necesaria para que no se vuelva a repetir lo que nos molesta.
Compartir
Poniendo límites de la manera adecuada, las personas reaccionan y reflexionan sobre su comportamiento a la vez que nosotros mejoramos nuestra calidad de vida. El goce de lo que hacemos viene en gran parte de nuestra capacidad para elegir con quién queremos vivir la vida en cada momento.
chica que sostiene un corazón aprender a restar
En definitiva, entrenar nuestra asertividad en las relaciones quizás no agrade a todo el mundo. Lo verdaderamente positivo de ella es que esta selección que se produce cuando somos asertivos es en el fondo la que nos permite establecer relaciones más profundas y duraderas. Deshacernos del miedo a no tener que agradar a todos nos hace inmensamente libres, en soledad o en compañía.
Saber decir “no” se traduce planes que nos ilusionan, en relaciones en las que importa lo que pensemos, en amigos que confiarán en nosotros. Saber decir “no” o señalar algo que no nos gusta mejora nuestra autoestima y permite que nos equivoquemos muchas veces, para aprender también muchas veces. Implica ganar en independencia para gestionar nuestro tiempo antes de que terminemos dilapidándolo en relaciones que no nos importan.
Saber decir “no” supone un riesgo, la posibilidad de coleccionar malas caras en un primer momento, pero a la larga fortalece nuestras relaciones.

Comentarios

Entradas populares