Personajes predeterminados y personajes transitorios.

Claro está que en este mundo las personas inteligentes cumplen diferentes funciones. No podría ser de otra manera. En lo que respecta a las habilidades intelectuales o físicas como el conoci­miento, las destrezas, los talentos y los niveles de energía, hay una gran variedad entre los seres humanos. Lo que realmente importa no es la función que cumplimos en este mundo, sino si nos identificamos hasta tal punto con esa función que ella se apodera de nosotros y se convierte en el personaje de un drama que representamos. Cuando representamos personajes estamos inconscientes. Cuando reconocemos que estamos representando un personaje, ese simple reconocimiento crea una separación en­tre nosotros y el personaje. Es el comienzo de la liberación. Cuando estamos completamente identificados con un personaje, confundimos un patrón de comportamiento con nuestra verdadera esencia y nos tomamos muy en serio. También asignamos inme­diatamente otros papeles a los demás para que concuerden con nuestro personaje. Por ejemplo, cuando visitamos a un médico que está completamente identificado con su personaje, no somos para él un ser humano sino un paciente o un caso.
Aunque las estructuras sociales del mundo contemporáneo son menos rígidas que las de las culturas antiguas, todavía hay muchas funciones predeterminadas o papeles con los cuales la gente se identifica fácilmente y que, por consiguiente, pasan a formar parte del ego. Esto hace que las interacciones humanas pierdan autenticidad, se deshumanicen y sean alienantes. Estos papeles predeterminados pueden generar una cierta sensación cómoda de identidad pero, en últimas, nos perdemos en ellos. Las funciones que desempeñan las personas en las organizaciones jerárquicas como las fuerzas armadas, la iglesia, las entidades gu­bernamentales o las grandes corporaciones se prestan fácilmente a convertirse en identidades. Es imposible que haya interacciones humanas auténticas cuando las personas se diluyen en sus perso­najes.
Podríamos decir que algunos de los papeles predeterminados son los arquetipos sociales. Los siguientes serían apenas algunos de ellos: el ama de casa de clase media (no tan prevaleciente como antes, pero todavía generalizado); el macho valiente; la mujer seductora; el artista "inconforme"; una persona "culta" (un papel bastante común en Europa) que hace gala de su conocimiento de la literatura, las bellas artes y la música, de la misma manera que otros podrían alardear de un vestido costoso o un automóvil de lujo. Y está el papel universal del adulto. Cuando representamos ese papel nos tomamos muy en serio tanto a la vida como a nosotros mismos. La espontaneidad, la alegría y la despreocupa­ción definitivamente no caracterizan a ese personaje.
El movimiento hippie originado en la costa occidental de los Estados Unidos en los años 60 y que más adelante se diseminara por todo el mundo occidental nació del rechazo de muchos jóve­nes de los arquetipos sociales, los papeles, los patrones predeter­minados de comportamiento y también de las estructuras sociales y económicas egotistas. Se rehusaron a representar los papeles que sus padres y la sociedad deseaban imponerles. Es importante señalar cómo el movimiento coincidió con los horrores de la gue­rra de Vietnam donde murieron más de 57 000 jóvenes estado­unidenses y 3 millones de vietnamitas, y a través de la cual fue posible ver palpablemente la demencia del sistema y de la men­talidad subyacente. Mientras que en los años 50 la mayoría de los estadounidenses eran extremadamente conformistas tanto en pensamiento como en conducta, durante los años 60 millones de personas comenzaron a rechazar su identificación con una iden­tidad colectiva conceptual, debido a que pudieron ver claramente la demencia colectiva. El movimiento hippie representó la flexibi­lización de las estructuras egotistas de la psique humana, las cua­les habían sido tan rígidas hasta ese momento. El movimiento como tal se degeneró y desapareció, pero dejó una puerta abierta, y no solamente para quienes formaron parte de él. Eso permitió que la antigua sabiduría y espiritualidad de Oriente avanzaran hacia Occidente y desempeñaran un papel fundamental en el des­pertar de la conciencia global.

PERSONAJES TRANSITORIOS

Cuando estamos lo suficientemente despiertos y conscientes para observar nuestras interacciones con los demás, podemos detectar cambios sutiles en nuestra forma de hablar, nuestra actitud y nuestro comportamiento, dependiendo de la persona a quien tengamos al frente. Al principio puede ser más fácil observar estos cambios en otras personas, pero posteriormente podremos detectarlos en nosotros mismos. La forma como nos dirigimos al presidente de la compañía puede tener diferencias sutiles con la forma como hablamos con el portero. Podemos hablar de manera diferente con un adulto que con un niño. ¡Por qué? Porque repre­sentamos distintos personajes. No somos nosotros mismos ni cuando nos dirigimos al presidente, o al portero o al niño. Cuando entramos en un almacén para comprar algo, cuando salimos a un restaurante, al banco, a la oficina de correos, representamos unos papeles sociales predeterminados. Nos convertimos en clientes, y hablamos y actuamos como tales. Y recibimos tratamiento de clientes de parte del vendedor o del mesero, quien también estará representando su personaje. Hay una serie de patrones de com­portamiento condicionado que entran en juego entre dos seres humanos y determinan la naturaleza de su interacción. En lugar de que la interacción ocurra entre dos personas, ocurre entre dos imágenes conceptuales. Mientras más identificadas estén las per­sonas con sus personajes respectivos, más falsa es su relación.
Tenemos una imagen mental no solamente de la otra perso­na, sino de nosotros mismos, especialmente con respecto a la relación particular entre las dos. Por tanto, no soy yo quien me relaciono con la persona, sino que mi idea de lo que soy yo se relaciona con mi idea de lo que es la otra persona, y viceversa. La imagen conceptual que la mente fabrica de nosotros mismos se relaciona con su propia creación, es decir, la imagen conceptual fabricada acerca de la otra persona. Lo más probable es que la mente de la otra persona haya hecho lo mismo, de tal manera que todas las interacciones egotistas entre dos personas en realidad son interacciones entre cuatro identidades conceptuales fabricadas por la mente, las cuales, en últimas, son ficticias. Por consiguien­te, no sorprende que las relaciones estén plagadas de conflicto. No hay una relación verdadera.

Eckhart tolle.



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